sábado, 22 de marzo de 2008

Amor infinito

Era la reunión del domingo por la noche de un grupo apostólico en una parroquia. Después de entonar unas canciones, el sacerdote de la iglesia se dirigió al grupo y presentó a un orador invitado; se trataba de uno de sus amigos de la infancia, ya entrado en años. Mientras todos lo seguían con la mirada, el anciano ocupó el púlpito y comenzó a contar esta historia: “Un hombre, su hijo y un amigo de su hijo estaban navegando en un velero a lo largo de la costa del Pacífico, cuando una tormenta les impidió volver a tierra firme. Las olas se encresparon a tal grado que el padre, a pesar de ser un marinero de experiencia, no pudo mantener a flote la embarcación, las aguas del océano arrastraron a los tres.”
Al decir esto, el anciano se detuvo un momento para mirar a dos adolescentes que recién mostraban interés; y continuó su relato: “El padre logró agarrar una soga, pero luego tuvo que tomar la decisión más terrible de su vida: escoger a cual de los dos muchachos tirarle el otro extremo de la soga. Tuvo solo escasos segundos para decidirse. El padre sabía que su hijo era un buen cristiano, y que el amigo de su hijo no lo era. La agonía de la decisión era mucho más grande que los embates de las olas. Miró en dirección a su hijo y gritó: ¡TE QUIERO, HIJO MÍO! Después de gritar volteó en dirección del amigo y le tiró la soga...en el tiempo que le tomó al muchacho de llegar hasta el velero volcado, su hijo desapareció bajo los fuertes oleajes en la oscuridad de la noche. Jamás lograron encontrar su cuerpo.”
Los dos adolescentes estaban escuchando con suma atención, atentos a las próximas palabras que pronunciara el orador invitado. “El padre – continuó el anciano- sabía que su hijo pasaría la eternidad con Cristo, y no podía soportar que el amigo de su hijo no estuviera preparado para encontrarse con Dios. Por eso sacrificó a su hijo. ¡Cuan grande es el amor de Dios, que lo impulsó a hacer lo mismo por nosotros!”
Dicho esto, el anciano volvió a sentarse, y hubo un tenso silencio. Pocos minutos después de concluida la reunión, los dos adolescentes se encontraron con el anciano. Uno de ellos le dijo cortésmente: “Esa fue una historia muy bonita, pero a mí me cuesta trabajo creer que ese padre haya sacrificado la vida de su hijo con la ilusión de que el otro muchacho algún día decidiera seguir a Cristo.”
“Tienes toda la razón”, le contestó el anciano mientras miraba su Biblia gastada por el uso. Y mientras se sonreía, miró fijamente a los dos jóvenes y les dijo: “Pero esa historia me ayuda a comprender lo difícil que debió haber sido para Dios entregar a su Hijo por mí. A mí también me costaría trabajo creerlo si no fuera porque el amigo de ese muchacho que fue devorado por las aguas era yo.”

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